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TRIDUO A MARIA SANTISIMA DE LOS DOLORES 2013

Durante los días 13, 14 y 15 septriembre, en el Santuario Camarín de Nuestro Padre Jesús se celebró el Solemne Triduo a María Santísima de los Dolores, oficiado por el Rvdo. Sr. D. Juan Carlos García Serrano. Reproducimos a continuación las homilías .

 

 

PRIMER DIA TRIDUO A MARIA SANTISIMA DE LOS DOLORES

María, la mujer creyente, ha abierto su vida al Misterio, se ha dejado llenar del Espíritu Santo. Su Sí incondicional a la voluntad de Dios la hace madre de Jesús, el Salvador, el Nazareno. Engendra con Él un tiempo nuevo, el tiempo de la vida, el tiempo del amor. Porque la maternidad de María no fue solamente física, sino que se desarrolló en el sentido más completo, por su prestación total y su disponibilidad y colaboración sin reservas, porque María concibió al Hijo antes en su corazón que en su seno.

La clave, la esencia por lo tanto está, queridos hermanos y hermanas, ya que es lo que debemos aprender, lo que debemos interiorizar, en que su singularidad, la de la Santísima Virgen María, viene de una actitud interior de fidelidad constante. ¿Tengo yo esa actitud ante los designios de Dios nuestro Padre? ¿Huyo de los problemas o los afronto con aptitud cristiana, como lo hizo nuestra Madre de los Dolores?

La experiencia nos dice que nuestro caminar es a veces titubeante, lleno de vacilaciones. Hay situaciones que no podemos afrontar solamente con nuestras fuerzas. Pero también nos vemos confortados con apoyos y estímulos que no proceden de nosotros, ni de nuestras capacidades. Por ello nos sentimos invitados a reconocer y agradecer la ayuda que se nos regala gratuitamente.

Hemos escuchado en el Evangelio de esta tarde, el Magníficat, en el se nos describe las obras salvíficas de Dios, y María se convierte en testigo y cantora de esas maravillas. Por eso en esta tarde, Primer día del triduo en honor a Nuestra Señora la Virgen de los Dolores, vamos a intentar penetrar en el canto de nuestra Madre.

Este bellísimo poema con una breve introducción: María, estalla en acción de gracias y reconoce la grandeza de Dios como fuente de todas las bendiciones que se derraman sobre Ella; Ella sabe y reconoce que no es la protagonista, que el verdadero protagonista es Dios, y por eso destaca el júbilo, el gozo inmenso, la alegría de la contemplación a Dios. “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador. Atmósfera de alegría que debe caracterizar la vida de los cristianos, ya que nos sabemos salvador por un Dios tan bondadoso que llevó sobre sus hombros la cruz de nuestros pecados y miserias, para que tu y yo tuviéramos vida eterna.

Pero ¿cual es la verdadera alegría de María? La autentica razón de su alabanza no es que otra que “porque ha mirado la humillación de su esclava”. La que será la madre de Dios se ha autopresentado como “esclava” y su “humillación” es expresión de su pequeñez. María confiesa que no son sus méritos los que la hacen madre del Mesías; y por eso proclama que Dios es grande.

Nuestra Señora continúa exclamando: “desde ahora me felicitarán todas las generaciones”. La madre del Señor es proclamada dichosa, bienaventurada, es espacialmente exaltada como primer modelo de quienes van a aceptar, en la fe, la personalidad de su Hijo.

María respetó los planes de Dios sobre ella, respetó la voluntad o lo que es igual, respetó a Dios mismo con su vida, y su misericordia es inagotable para quienes le respetan. María atestigua esa verdad en un sentido más personal, aún si cabe. El ángel le había dicho que no tuviera miedo y que el reino sobre el que iba a reinar su Hijo no tendría fin, de modo que la nueva alianza en Jesús es un ejemplo de la misericordia de Dios de generación en generación.    

Y en esta tarde me gustaría que no cayeran en el olvido, las palabras de María que creo que pueden ayudarnos a vivir más auténticamente nuestra vida de cristianos, nuestra vida de discípulos, de seguidores de Jesús. “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Dios se apiada de los pobres, son sus favoritos, ya sean pobres de economía, de libertad, de cultura, víctimas de malos tratos, de explotación infantil, de tratas de blancas o de drogas, esos son los favoritos de Dios. Los que cuentan ante los ojos de Dios son los que pasan desapercibidos para los poderes de este mundo.

Esta es la verdadera y nueva revolución, una revolución como expresión del poder de un Dios que, con palabras del profeta Samuel: “empobrece y enriquece, humilla y exalta, levanta del polvo al miserable al pobre del estiércol” que “humilla a los soberbios y salva a los humildes”.

Y la pobreza que Dios nos pide, es la que incluye un aspecto de disponibilidad interior y de esperanza en Dios, miremos a María que a pesar de su Dolor por la muerte de su Hijo, supo esperar y confió en el Dios de la misericordia. El binomio orgullo- humildad alude a una actitud de corazón. Unida a la humildad, la pobreza adquiere su verdadero significado.

Queridos hermanos y hermanas, alegrémonos, el Señor sigue actuando. Esta es la Buena Noticia en el presente y para el futuro. Al establecer su Reino Cristo consuela ahora al pobre y al afligido. Además no olvidemos las palabras de Nuestro Padre Jesús: “el que cree en mí, hará también la obras que yo hago, e incluso otras mayores”, confiamos en que las obras mayores se realizarán todavía en el Espíritu por medio de los creyentes, de nosotros. Estas obras son el milagro del amor fraterno.

El Magníficat es una llamada a la acción, nos indica un objetivo en nuestra vida, y nos fuerza a contemplar la historia en una perspectiva de fe. El poder es sustituido por el servicio en la Ley nueva de Cristo.

María con su cántico lo orienta hacía Dios, pero un Dios que, a su vez, se orienta hacia los hombres, hacia ti y a hacia mi, un Dios que prefiere a los pobres de corazón, a los que están dispuestos a escuchar su palabra y llevarla a práctica y sobre todo a los pobres de corazón.

Virgen de las Vírgenes, María de los cielos, Te debo tanto, Que ni en mil vidas puedo, Darte el cariño que me has dado, Y la protección que siento.

Muchas veces te he rezado, Egoísta de mí porque me sacaras de un apuro, Mi camino torcido no he enderezado, Pero tú siempre has acudido.

Virgen de las Vírgenes, María de los cielos,

Virgen de los Dolores Bendícenos a todos, Con el Amor eterno, Y sobretodo acompaña, A quien sufre y tiene miedo

 

SEGUNDO DIA TRIDUO A MARIA SANTISIMA DE LOS DOLORES

¡Qué espada de dolor, Virgen María,  mirar a Dios, tu hijo, maltratado,  el verlo con la cruz desamparado!  ¡Qué luz de sufrimiento en negro día! 
¿Se quebró por valor tu sintonía?  ¿Se quebró por temor tu fe y tu calma?  ¿Acaso fue la cruz o bien su alma  sangrante del dolor que en ella había? 
¡Qué diálogo sin voz, qué mudo llanto  gimió entre las tinieblas del encuentro:  torrente de emoción, fúnebre planto! 
Tu fuerza inmaculada, desde dentro,  roció de firme fe tu triste manto,  creyendo en tu Jesús, aun siendo muerto.

Queridos hermanos y hermanas: la Virgen María, desde el momento en que escuchó las palabras del anciano Simeón hasta el momento de expirar su Hijo en la cruz, conoció de cerca el sufrimiento, supo muy bien lo que era el dolor y experimentó el sabor amargo de la cruz. Por eso en esta tarde del segundo día del Triduo de Nuestra Señora la Virgen de los Dolores quisiera que reflexionáramos por un momento si somos personas capaces de encarar el sufrimiento desde el seguimiento de Jesús, al estilo de la “mujer fuerte” que se mantuvo de pie junto a la cruz.

Y es que el dolor y el sufrimiento son uno de los problemas más serios que toda persona, más tarde o más temprano, tiene que afrontar en su vida. El dolor puede ser físico, como la enfermedad, puede ser también de otro nivel más profundo, y entonces le llamamos sufrimiento moral o simplemente sufrimiento, pero ambos se presentan muchas veces juntos.

Al acercarnos a la Palabra de Dios, fuente inagotable de vida, de respuesta a nuestros interrogantes más profundos, de ayuda inestimable para nuestra vida, nunca agotamos su sentido en una primera lectura. Al contrario cuando pasa el tiempo volvemos a abrir una página ya conocida del Evangelio, descubrimos con asombro luces especiales que iluminan nuestra situación, y encontramos nuevas fuerzas para enfrentar preocupaciones o sufrimientos personales y colectivos que nos agobian. Hoy quisiera que volviéramos nuestra mirada a la escena que nos describe el Evangelista San Juan, en la que María esta al pie de la Cruz junto a su Hijo, Nuestro Padre Jesús, ya moribundo, una Virgen Dolorosa; ya que a través de Ella, se nos ofrecen una claves para iluminar el sentido de dolor y para descubrir el valor que puede encerrar en sufrimiento. Procuremos esta tarde colocarnos también en pie junto a la cruz, dejemos que nuestra Madre de los Dolores ilumine la escena del calvario y acojamos sus luces, quizá en nuestra vida de dolor.

La “mujer fuerte” que se mantuvo en pie junto a la cruz de Jesús, la que lo acompañó camino del Calvario, mientras su Hijo llevaba sobre sus hombros el peso ignomioso de nuestros pecados, en forma de cruz, consiguió hacer suyas la propuesta de Jesús: “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, y vivió esta situación intensa y serenamente. Para nosotros, hablar hoy de dolor y de sufrimiento equivale a decir “cruces”. Lo importante no es suprimir “las cruces de la vida” sino descubrir la manera de situarnos frente a ellas. ¿Cómo encaramos nosotros el sufrimiento: con desaliento y rebeldía o con ánimo y esperanza?

Que María acompañó a su divino Hijo durante toda su vida es algo conocido por todos, desde su encarnación hasta su resurrección, pero sobre todo en los momentos de dolor y sufrimiento, en su camino por la vía dolorosa y su posterior crucifixión; en estos momentos de turbación, de incompresión absoluta, María se mantuvo firme en la fe, se mantuvo cerca de su Hijo, y es hay donde se nos presenta de manera perfecta cuál es el trono de nuestro Dios; no son en los grandes palacios, ni en las grandes heredades, sino la Cruz, el trono desde donde reina nuestro Dios es la Cruz. Por eso el estar junto a la Cruz, es estar junto a Dios, es estar junto a nuestro Señor. Es acompañar a Nuestra Madre Dolorosa junto a su Hijo. Porque María estuvo “Junto a la Cruz de Jesús”. El estar junto a la Cruz de Jesús no es una referencia secundaria. Sólo ese pequeño núcleo de personas que estaban de pie junto a la cruz de Jesús pueden dar testimonio completo de su exaltación. De ahí viene el sentido y la fuerza para encarar el sufrimiento. Dime dónde están tus pies y te diré lo que ves, lo que sientes y lo que vives.

Y ¿cómo debemos estar junto a la Cruz? ¿De cualquier manera? Sentados, acostados, reclinados…. No. Queridos hermanos y hermanas junto a la cruz del Señor se está como estuvo María: de pie. No cualquier manera, de pie; No derrotados, ni desalentados. Sino con firmeza, con dignidad y esperanza. Y es desde la cruz, cuando María pasa a ser la madre del discípulo, de todo discípulo, de la comunidad creyente, y es discípulo de Jesús en todos los tiempos y lugares, la comunidad de fe, seré por siempre el hijo de esta Madre.

Que es lo que nos enseña nuestra Madre del dolor en esta tarde: 1.- a situarnos junto a la cruz de Jesús y, en Él y con Él, junto a quien sufre. 2.- permanecer de pie, sin admitir la derrota aunque de momento nos parezca estar vencidos. 3.- acoger la compañía y la solidaridad de quienes están a nuestro lado, abriendo el corazón, no sólo la compasión, sino para compartir experiencias radicales y para establecer nuevas e inefables relaciones. El mirar el rostro de nuestra madre de los dolores han despertado siempre en el corazón de los creyentes ecos singulares de ternura y arranques firmes para “sufrir con”, para vivir como María la “compasión” junto al hermano.

Si el cristiano vive la fe, “no es ya él quien vive, sino que Cristo vive en él”; de la misma manera, los sufrimientos del cristiano son los sufrimientos de Cristo en él. Como discípulos de Jesús nos movemos en su escuela, somos algo suyo y, por tanto, el sufrimiento nos configura con Él.

Cristo, aún siendo el Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia; del mismo modo es preciso que nosotros corramos el combate que se nos ofrece, puestos los ojos en el autor y consumador de nuestra fe. Cristo, que se hizo solidario de los que sufren, deja a los suyos la misma ley.

Por tanto, la cruz de Cristo no se opone a la felicidad, sino a la satisfacción de los deseos inmediatos y egoístas que se presentan como si ellos fueran felicidad. La Cruz de Cristo se opone al placer entendido como disfrute ambicioso y perjudicial para los demás. Si acogemos el Evangelio en la calve que Jesús ofrece, no podemos encontrarnos sino una propuesta de felicidad. En esta vida concreta, Jesucristo y su Palabra nos convocan a ser bienaventurados, felices y dichosos.       

Virgen, ¿por qué, cuando el divino infante a la tuya su faz junta risueño, o goza entre tus brazos blando sueño, cubre grave tristeza tu semblante?
¡Ay! que ya de tu mente está delante de sus verdugos el airado ceño, y ya pendiente del infame leño le ve morir tu corazón amante.
Que es de tu claridad nube sombría y a tus placeres todos mezcla duelo de Simeón la triste profecía;
mas mirarle te dé justo consuelo resucitar en el tercero día, y en gloria excelsa remontarse al cielo.

 

 

TERCER DIA TRIDUO A MARIA SANTISIMA DE LOS DOLORES

1. Las tres lecturas de hoy son muy ricas y aparecen unidas en un tema común: la misericordia de Dios. En la primera lectura (Éxodo 32, 7-11. 13-14) Moisés invoca para su pueblo infiel la misericordia de Dios. Y el Señor se arrepiente del mal que pronunciaba contra Israel.

En la segunda lectura (1Timoteo 1, 12-17) San Pablo se muestra como un testigo excepcional de la Misericordia infinita de Dios: “Yo era un blasfemo, un perseguidor y un violento; pero Dios me trató con misericordia”.

En el Evangelio, Jesús nos cuenta las tres parábolas de la Misericordia: la de la oveja perdida, la de la dracma perdida y la del hijo pródigo. Sobre todo la tercera parábola la del hijo pródigo, es un testimonio maravilloso de la Misericordia de Dios Padre. Por eso queremos reflexionar ahora, un poco más, sobre esta parábola y su riqueza.

2. La primera parte de la parábola muestra la conducta pecadora e impenitente del hijo menor. El camino del hijo es descrito en todo su proceso evolutivo, desde su salida de la casa hasta la miseria y la vuelta a su padre. Hay que ver que fuertes fueron sus pecados contra el Padre. Por la pretensión de recibir la parte que le corresponde de la fortuna paternal, rompe sus relaciones filiales con el padre. Porque según las leyes judías esta pretensión era imposible e insolente. Al hijo pródigo le falta así totalmente el amor y la obediencia a su padre.

Y después emigra con su parte de la fortuna paternal y la malgasta hasta el último céntimo. No es sorprendente que él así caiga también en una miseria exterior.

3. Bajo el peso de esta culpa y miseria, hay que ver la actitud del padre: el padre no deja que el hijo haga todo el camino, sino que sale a su encuentro. Tampoco le deja terminar su acusación, ni le reprocha nada, sino lo besa como signo del perdón; le da sandalias, que distinguen al libre del criado; hace vestirlo con el mejor traje como honor extraordinario; y le regala, aun, un anillo - expresión del poder que le confiere. Así le sigue considerando como hijo y celebra con una fiesta su “vuelta a la vida”.

En el padre de esta parábola Cristo quiere mostrarnos la imagen de Dios-Padre. Y esta actitud del Padre celestial se puede comprender sólo desde su amor paternal. Porque sabemos que todo el actuar de Dios es llevado y conducido por amor y mediante amor.

Pero nosotros, quizás, confiamos demasiado en el amor justiciero de Dios: que Él nos ama en razón de nuestros esfuerzos y méritos propios. Contamos con nuestro ser “bueno”, para recibir el amor de Dios, para recibir nuestra recompensa bien merecida.

Pero cuando somos sinceros debemos declararnos como “siervos inútiles” (Mt 25,30). Así, debemos conocer siempre de nuevo, que somos pecadores, que quedamos con nuestras limitaciones y debilidades, que no logramos superarlas a pesar de todos nuestros esfuerzos. Entonces comprendemos que tenemos que vincular nuestra miseria con la misericordia de Dios. Y además sentimos: lo más profundo y lo más lindo del amor paternal de Dios es su misericordia.

Es la imagen de Dios Padre misericordioso: Él ama a sus hijos no tanto por sus méritos, sino porque es Padre; Él no quiere más que amar a sus hijos sin límites. Un verdadero padre no abandona, cuando uno de los suyos está en la miseria. Al contrario, entonces lo ama en primer lugar, porque sabe que necesita del padre, sobre todo, en esa situación difícil. Así, lo hace el Padre en la parábola con su hijo perdido; así lo hace el Padre celestial con nosotros, sus hijos.

No quiere decir, que nosotros mismos no debamos esforzarnos; pero no tengamos por demasiado importante nuestra propia obra. En el fondo sólo es importante la Misericordia de Dios, su amor y su perdón paternal. Por eso también la parábola del hijo pródigo debiera llamarse mejor parábola del Padre misericordioso.

El Dios misericordioso exige de nosotros una condición; así como el hijo lo hizo en la parábola: que conozcamos y reconozcamos en humildad nuestra culpa; que nos arrepintamos de nuestros pecados y faltas; que confiemos en la misericordia de Dios; que volvamos a la casa del Padre. Es la misma actitud que el sacramento de la confesión pide de nosotros.

En este sacramento se hace realidad la parábola del hijo pródigo; se muestra la cara misericordiosa de Dios-Padre a cada uno de nosotros.

Así entendemos que la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso es la parábola, la historia de la vida humana, la parábola e historia de nuestra vida propia: de nuestra miseria y de la misericordia de Dios con nosotros.

Y meditando esta parábola, se despierta alegría, esperanza y consolación en

nuestro corazón. Tenemos un Padre tan bueno en el cielo, quien nos ama a pesar de toda nuestra debilidad, más aún: quien nos ama a causa de nuestra debilidad.

5. El testigo eminente de la misericordia infinita del Padre es Jesucristo. En Él se puede ver, como en un espejo, los sentimientos del Padre hacia sus hijos, sobre todo su amor misericordioso. No sólo enseñaba su maravillosa doctrina sobre la misericordia y el amor a todos los hombres, sino que también se compadeció de toda miseria, física y moral.

Así Cristo manifestó en su vida una predilección por todos los pecadores, porque, como el mismo dijo, “no son los sanos que necesitan medico, sino los enfermos” (Lc 5,31). O como dice en el Evangelio de hoy: “Os aseguro que habrá mas alegría en el Cielo por un pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

6. Esta misericordia infinita de Dios, manifestada en toda la persona y vida de su hijo, y llevada a la cumbre con la muerte en la cruz, es para los cristianos el centro de todo el mensaje salvador de Cristo.

Pero es también la gran exigencia para nuestra propia vida, como se puede ver ya en la actitud intransigente del hijo mayor en nuestra parábola.

Esto es precisamente lo que Cristo pretende: “Que nosotros seamos misericordiosos, como la es nuestro Padre celestial” (Lc 6,36). Nuestra misericordia se debe mostrar en nuestras palabras, nuestros juicios y sobre todo en nuestras obras de misericordia. Así obtendremos misericordia, cuando seamos juzgados un día por la práctica de la misericordia que hemos hecho o negado a nuestros hermanos.

Queridos hermanos y hermanas: María ocupa un lugar destacado en nuestras Iglesias. En ellas la encontramos bajo distintas advocaciones, nosotros la veneramos con el título de los Dolores. Tenemos también su imagen en nuestras casas, en nuestros pueblos se celebran fiestas en su honor y muchos de nosotros, hombres y mujeres, llevamos su nombre en el nuestro.

Con María, mujer del Espíritu, también nosotros en este tercer día de triduo en honor de Ella nuestra Madre de Los Dolores, pedimos la llegada del Espíritu Santo a nuestras vidas, a nuestras familias, a nuestra Cofradía, a nuestro mundo.

El “si” de María es una lección para todos los cristianos. Lección y ejemplo para convertir la obediencia a la voluntad del Padre en camino y medio de santificación propia. Testimonio que esta obediencia es la única capaz de engendrar a Cristo hoy. A toda la Iglesia y a cada uno de sus miembros nos toca buscar y cumplir la voluntad de Dios para que Cristo, Nuestro Padre Jesús Nazareno, sea engendrado en nuestros corazones, en nuestra vida y en el mundo actual.

María, Virgen y Señora nuestra de Los Dolores; pasan los días y pasan los años. A veces discurren sin darnos cuenta y sin saber que estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza en cada minuto y en cada hora. Tú, que acudiste puntualmente a la llamada de Dios, ayúdanos a conseguir que nuestra existencia esté marcada siempre por la esfera de la perfección, por los minutos del servicio y por los segundos de la delicadeza en favor de los demás.

María, Virgen y Madre; somos conscientes de las dificultades que entraña el seguimiento a Jesús. TE pedimos, por ello mismo, que este último día del Triduo en tu honor sea un coger fuerzas para que todos y cada uno de los días de nuestra vida sea una oportunidad para superarnos en el camino que Jesús nos propone en su Evangelio.

Te damos gracias, María, por habernos dejado acompañarte durante estos días. Ayúdanos a ser espejo y reflejo de ese gran amor que Dios te tiene y de ese gran amor que Dios a todos los hombres nos ofrece sin pedirnos nada a cambio. AMEN