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La fundación de la Cofradía dispone que los hermanos que a ella pertenezcan harán penitencia de un modo menos cruento al de las restantes hermandades, pero no menos duro.

Saldrán en procesión a la madrugada, descalzos de pié y pierna, portando una pesada cruz de madera al hombro y llevando colgada al cuello un áspero ramal de esparto que les servirá de ceñidor.

En sus inicios la procesión salía a la madrugada pero en una hora imprecisa que siempre estaba antes del alba. Es a partir del siglo XVIII cuando la hora se fija habitualmente entre “las cuatro y cinco de la mañana”.

Esta hora, aunque confería a la procesión un ambiente especial y solitario en muchos puntos de recorrido, se prestaba sin embargo a excesos y escándalos, por lo que en más de una ocasión motivó enconados debates y variaciones en la hora de salida, pues entre otras cosas, se impuso la costumbre de que “para templar el cuerpo”  de los rigores de la amanecida el Hermano Mayor ofreciera  previamente en su casa y en algunos puntos señalados del itinerario “un refresco”  o convite con dulces y licores, con el que se rompía el ayuno penitencial y se originaban no pocos escándalos.

También hay que en estos años y cuando la madrugada dejaba paso al alba se celebraba la ceremonia del “encuentro” en la que las imágenes de Jesús y  la Virgen de los Dolores se colocaban frente a frente y con un mecanismo de poleas y engranajes movían los brazos simulando un simbólico abrazo en la calle de la Amargura, para que luego Jesús retomara su camino.

Por ello en 1837 se decidió sacar la procesión a las diez de la mañana, algo que indignó a muchos cofrades que hicieron “un plante”  por lo que la procesión resultó muy deslucida, motivando que al año siguiente se fijara la salida a las cinco de la mañana.

Aunque dado lo dilatado del itinerario, en junta de 24 de marzo de 1867 se acordó salir a las cuatro de la madrugada hora que se mantuvo durante muchos años.

Luego, dado que la procesión comenzó a convertirse en un acto multitudinario que entorpecía la salida en 1922 se decidió salir a las tres y media, con el fin de que a las cuatro en punto la imagen de Jesús apareciera en la puerta de la Merced.

Tras la guerra civil y por consejo gubernativo se situó la salida en las cinco de la mañana. Así se hizo en los años de 1941 y 1942, aunque invocando la tradición pronto se varió la hora y la procesión empezó a salir entre las tres y las cinco de la madrugada.

Luego del provisional traslado a la Catedral en 1953 y para afrontar sin agobios el largo itinerario se inició la salida a las dos de la mañana, aunque una vez estabilizado el nuevo recorrido  se volvió a la clásica salida de las cuatro de la mañana.

Ya en la segunda mitad del siglo XX y tras el brillo y esplendor alcanzado por la procesión de la Vera-Cruz empezó a ser habitual que muchas personas enlazaran el encierro de la Vera-Cruz y el posterior desfile de las fuerzas que en ella habían participado, con la salida de N. P. Jesús. Esa espera en las calles solía terminar en los bares, pese a que el horario y servicio de éstos quedaba rigurosamente restringido, e incluso muchas personas forasteras aprovechaban que los templos no se cerraban en honor al monumento eucarístico y buscaban en ellos refugio para descansar o “dar una cabezada”, lo que traía como consecuencia faltas de respeto y una algarabía callejera no adecuada al día. Por eso en la década de los años cincuenta se trató de aminorar el bullicio y una vez encerrada la Vera-Cruz las organizaciones de Acción Católica sacaban de la Catedral un devoto Via-Crucis con la imagen del Cristo de la Misericordia que recorría el centro de la ciudad y se mantenía en la calle hasta que las gentes empezaban a buscar la salida de N. P. Jesús.

Modernamente y con el buen deseo de prevenir los lamentables efectos con que algunos sectores juveniles contaminan la madrugada, la hora de salida se viene fijando en las dos de la mañana.

Aunque en Jaén la Madrugá tiene unas connotaciones muy diferentes a las de otras ciudades andaluzas, pues se centra exclusivamente en la procesión de Jesús Nazareno, podemos decir que es una oportunidad única para vivir momentos de intensa emoción: la impresionante salida…, el evocador paso por la plaza de la Merced y las estrechuras de Merced Alta…, el tránsito por “los Cantones”…., la marcha por la Carrera de Jesús…, “el encuentro”…, el dificultoso recorrido por la calle de las Almenas cuando ya en el cielo aparecen los primeros albores…

Eso ha hecho que muchos artistas y poetas hayan captado tan peculiar ambiente, como podemos ver en los dibujos de José María Tamayo y Manuel Serrano Cuesta o en la pintura de José Nogué, así como el los poemas de Federico de Mendizábal, Antonio Alcalá Venceslada, Felipe Molina Verdejo o Miguel Calvo Morillo.

                                                                Texto. Manuel López Pérez

SALIDA DE NUESTRO PADRE JESÚS : LA MADRUGADA

(Poema de Federico de Mendizábal y García-Lavín al que puso música el maestro don José Sapena Matarredona para ser cantado por el Orfeón Santo Reino)

Redoblar de tambores a paso lento;

sale Jesús de noche todavía.

El paño funeral del firmamento

su duelo en sombras a la tierra envía.

Le sigue la enlutada cofradía

cuyas capuchas se hunden un momento

en las tinieblas de la noche;

el viento sopla los cirios con angustia fría.

Con la cruz en el hombro ensangrentado

por Simón Cirineo acompañado,

va el Redentor del mundo…y amanece.

El sol su primer rayo le ilumina.

Y al dar en la frente pálida y divina

como un beso del cielo resplandece.

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ROMANCE DEL VIERNES SANTO

O DE VER SALIR A JESÚS EN LA MADRUGADA

Poema de Felipe Molina Verdejo

Afila la madrugada

los cuchillos de sus hielos

en verticales aristas

de sombras y de silencios.

Un aire casi varado,

casi soñador de vientos,

deja colgado en las calles

lejano aroma de huertos.

Los cristales de la escarcha,

con desazones de espejo,

arrebatan claridades

a los faroles del sueño.

Alado pasar de pasos,

avergonzados del eco,

va poniendo el contrapunto

al concierto del silencio.

La plaza donde se emplaza

-notario mayor del tiempo-

un pueblo sin aventuras,

la plaza se llena y llena

de vigilias sin bostezos,

de andaduras sin fatigas,

de escaladas sin descensos,

de pugilatos sin saña

y de miradas sin reto,

que la cita con la hora

pone en los ojos despiertos

sosegadas mansedumbres

de blandos desasosiegos.

La ronca trompetería

quiebra el cristal del silencio

y un temblor de escalofríos

rueda, temblando, en los cuerpos.

Los altos faroles ciegan sus ojos glaucos de hielo

y las mil sombras se funden

en una sombra, latiendo

al unísono en un solo

corazón y un solo aliento.

En los relojes del pulso

se queda parado el tiempo

y una tormenta de voces

agazapada en los pechos.

Por las puertas catedrales,

Meciendo la cruz, meciendo

Entre negros caperuces,

Los morados terciopelos,

Fiel a la cita que tiene

Concertada con su pueblo,

Por las puertas catedrales,

Sale Jesús Nazareno.

¡Ay su perfil encorvado

detrás de los hierros negros!.

¡Ay sus manos transparentes

apretadas al madero!.

¡No lo llevan, no lo llevan

cofrades ni costaleros,

que ese andar es andar suyo,

medido, solemne y lento,

por aumentar con la espera

los delirios del encuentro!

Toda la plaza se llena

de un largo estremecimiento.

Mil gargantas, mil sollozos

y mil sollozos, mil rezos.

El alba pinta de blanco

el costado añil del cielo.