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*Nota: D. Rafael Ortega y Sagrista realizó este texto que fue publicado en el Boletín nº1 de la Cofradía. En su memoria, se ha transcrito literalmente el texto original en esta página Web.

ORIGENES DE LA IMAGEN Y COFRADÍA DE NUESTRO PADRE JESÚS NAZARENO

Por Rafael ORTEGA Y SAGRISTA (Consejero del Instituto de Estudios Giennenses).

La creación del Convento de Carmelitas Descalzos de Jaén; la hechura de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno y el origen de su Cofradía, están rodeados por un halo de misterio, de poesía, y de tan profunda piedad, que hacen ese todo diferente de las demás fundaciones de Hermandades análogas que conocemos en nuestra capital. Escribir sobre la historia de Nuestro Padre Jesús es difícil, es emocionante, y a la vez tan sentido y conmovedor que yo, señores, se lo confieso a ustedes, es preciso empezarlo de rodillas y a los pies de Jesús Nazareno.

Porque su historia es una historia de amor y milagro, de entrega y de favores, esos favores que todos hemos pedido, y a todos se nos han otorgado por los caminos más distintos. Cuatro siglos de historia, cuatro siglos recibiendo las súplicas de sus devotos y repartiéndoles beneficios y consuelos pesan mucho en el ánimo de generaciones y generaciones de giennenses. Pero centrémonos en la fundación del Convento de Carmelitas Descalzos, en la imagen de Jesús y en su Cofradía.

Yo podría darles a ustedes un resumen histórico de todo el tema. Pero prefiero ser más explícito y atenerme sólo a los orígenes de la fundación, exponiéndola a manera de tríptico y siguiendo este orden:  El Convento, la Sagrada Imagen y la antigua Cofradía. Queda pues el resto de la historia para un libro, que quién sabe si Nuestro Padre Jesús Nazareno me dé ánimos, tiempo y salud para componerlo.

I.- EL CONVENTO: UN ENTORNO CON LA POESIA, LA HUMILDAD Y EL PENSAMIENTO DE SAN JUAN DE LA CRUZ.

En todo el entorno que rodea la fundación del Convento y de la Hermandad nazarena, encontramos la poesía, la humildad y el pensamiento de San Juan de la Cruz, la callada influencia del místico frailecico que en unión de Santa Teresa de Jesús, reformó el Carmelo. En la vida de San Juan de la Cruz y en su muerte, hay una predilección por el Reino de Jaén, y un fuerte protagonismo desarrollado en sus campos, en sus desiertos y yermos, en sus ciudades y en sus pueblos. Viene el Santo buscando paz en 1573 a las ermitas de la Peñuela, en lo que hoy es la Carolina. Va y vuelve desde allí al convento de Beas, para asistir a sus monjas. Luego es destinado al poético y espiritual Convento-Vía Crucis del Monte Calvario, en un desierto cercano a Villanueva del Arzobispo.

Funda el Convento del Carmen de Baeza en 1579 y allí se queda dos años hasta que es nombrado prior del convento de los Mártires de Granada. Siete años pasa en Granada, pero desde allí está siempre atento a lo que ocurre en tierras de Jaén donde se crea el convento de frailes Carmelitas en Sabiote el año 1585. Y luego acude San Juan de la Cruz en persona a fundar en Mancha Real el 15 de Octubre de 1586.

Era entonces obispo de Jaén don Francisco Sarmiento de Mendoza, cuyo escudo campea en una de las portadas del palacio episcopal de la plaza de Santa María. La virtud y santidad tan florida siempre en la Qrden del Carmelo reformado, ganó la voluntad de este obispo, y así es que favoreció mucho a los padres Carmelitas Descalzos, y casi todos los conventos que tuvieron en la diócesis, se fundaron en el tiempo de este prelado, con gran beneplácito suyo.

Fue pues este obispo quien pidió al gran Capítulo de la Orden reformada que se reunió en Valladolid el 17 de Abril de 1587, que se fundasen dos comunidades de Carmelitas descalzos en su diócesis: Una en Úbeda y otra en Jaén. Asistían a este Capítulo San Juan de la Cruz, prior de los Mártires de Granada, y el padre Jerónimo Gracián, de la Madre de Dios que lo era del Convento de Lisboa, fraile éste por el cual sentía el obispo don Francisco Sarmiento de Mendoza una gran estima y amistad.

Admitió el gran Capítulo de Valladolid las dos fundaciones de Úbeda y de Jaén, y el obispo llamó al padre Gracián, que fue a Úbeda y estableció allí en 14 de Setiembre de 1587 el Convento que llamó de Nuestra Señora del Carmen, en el cual había de morir con el tiempo San Juan de la Cruz, permaneciendo el padre Gracián en Úbeda hasta finales de aquel año, fechas en que se desplazó a Jaén para tratar de la fundación de nuestro Convento. En Jaén, el padre Gracián tuvo la suerte de conocer y tratar a don Juan Pérez de Godoy, canónigo muy virtuoso, que deseaba emplear gran parte de su hacienda en alguna obra de provecho, así que decidió dotar generosamente la fundación de un convento de Carmelitas Descalzos.

A poco cayó gravemente enfermo el canónigo, y el 8 de enero de 1588 hizo testamento en el que dispuso que en "una posesión que tengo en el arrabal de Santa Ana, fuera de la puerta de Granada, que es de huertos con su agua, cuatro casas y molino de aceite de dos vigas, se haga e instituya un monasterio de frailes de la Orden de Descalzos del Carmen. Y mando que la capilla mayor de tal convento ha de ser mía y en ella se me ha de enterrar". Hecho esto, el 21 de marzo de 1588 compareció ante el notario don Pedro Ruiz de Piédrola el padre Jerónimo Gracían de la Madre de Dios, y en nombre del nuevo convento y de sus religiosos, aceptó la referida donación del canónigo. El 9 de mayo siguiente falleció don Juan Pérez de Godoy y se le enterró provisionalmente delante de la capilla del Santo Sepulcro de la Catedral, hasta que construida la iglesia del nuevo convento de Descalzos, se pudiesen trasladar sus restos a la capilla mayor, según había dispuesto.

Y el 5 de junio de 1588, después de algunos arreglos en las casas del canónigo, tomó posesión de ellas la comunidad y comenzó la vida de observancia en el nuevo convento. Dijo misa el obispo y se trajo con solemnidad el Santísimo Sacramento desde la Catedral. Además, y para ayuda, don Francisco Sarmiento dio mil ducados a los religiosos. Fue el primer vicario de la comunidad el padre Angel de San Gabriel, al que sustituyó pronto el padre Pedro de la Trinidad que también duró poco, y el 22 de julio de 1588, ya estaba de superior el padre Gaspar de San Pedro, granadino, buen predicador de la palabra de Dios y muy estimado por San Juan de la Cruz, tanto que estando el Santo en Segovia, le mandó un poder para ciertos asuntos fechado a 23 de setiembre de 1588, poder que con la firma de San Juan de la Cruz se conserva en el Archivo Histórico Provincial de Jaén.

Tan extensa era la posesión donada por el canónigo Pérez de Godoy, que sobrándole espacio al nuevo convento arrendó desde el día de San Juan de aquel citado año, una de las cuatro casas a Francisco de Torres vecino del arrabal de Santa Ana, para que la viviese. El lugar era muy hermoso y ameno, tranquilo y melancólico, junto al barranco de los Escuderos o Senda de los Huertos. La arboleda espesa, los huertos frondosos, el rumor de las aguas que discurrían por el arroyo, orquestadas por los ruiseñores que acompañaban el silencio y la paz del sitio, fuera de la ciudad, cuyas murallas y torreones corrían a lo largo de lo que ahora es carrera de Jesús, entonces camino de ronda, fortificaciones que rodeaban la catedral, templo que entonces estaba comenzándose a construir por su parte del mediodía y hallábanse ya terminadas la sala capitular, la sacristía, la logia y la portada de la Asunción.

En la muralla se abría casi frente al Convento, una de las puertas principales de la ciudad, la llamada puerta de Granada, y un postigo conocido por el arco de San Sebastián, luego de los Dolores. Y algo más allá del monasterio de los descalzos alzábase el humilde y muy penitente Convento de Santa Ana, de monjas franciscanas, fundado unos años antes siendo obispo don Francisco Delgado, convento que una avenida impetuosa del arroyo contiguo a la cañada del castillo, se lo llevó por delante, arrasándolo el día 27 de Agosto de 1837, con varias casas y un molino aceitero, por lo que sus monjas tuvieron que buscar asilo en el Real Monasterio de Santa Clara.

También, por parte del huerto de los Carmelitas Descalzos, corría sobre arcos y entre palmeras y cipreses, el antiguo acueducto que canalizaba las aguas del raudal de Santa María. Con el transcurso de los años el convento del Carmen de la puerta de Granada fue poco a poco construyéndose. Se levantó su hermoso claustro y fuente; se cultivó su extenso huerto cercano, con su cementerio para los frailes y se alzó la iglesia de estilo barroco, de una sola nave y espadaña, templo del cual aún se conservan vestigios, próximos a derrumbarse. Luego, siendo vicario provencial de Andalucía fray Agustín de los Reyes declaró noviciado de la Orden a este Convento de Jaén, con el nombre de Colegio de San José de Carmelitas Descalzos.

En aquel noviciado se formaron para la vida religiosa, sujetos muy notables que descollaron en la descalcez. Así pues se erigió el Convento de Carmelitas Descalzos que había de ser cuna y origen de la humildísima imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno y de su primitiva Cofradía de Nazarenos con el título de la Cruz de Santa Elena.

II.- LA IMAGEN: LEYENDA PIADOSA Y REALIDAD DOCUMENTADA

Si del Convento de Carmelitas Descalzos conocemos la fundación y su fecha, respecto a la imagen y la Cofradía, sus orígenes siguen siendo un misterio, una incertidumbre. Incluso desconocemos si la imagen precedió a la Cofradía, o primero fue la cofradía y luego se hizo la imagen, como ocurrió en Mancha Real donde la Cofradía de Santa Elena se constituye el 22 de enero de 1595, y entonces se acuerda hacer la imagen.

En Jaén parece que primero se hace la imagen y la devoción que despierta da lugar a la Cofradía. Pero como decimos, sólo hay indicios, falta la prueba documental. En todo caso vamos a ocuparnos primero de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, sobre la cual hay dos versiones muy distintas: La leyenda y la realidad documentada.

La leyenda, piadosa leyenda o tradición tiene su encanto íntimo que trata de justificar su origen milagroso, el portento sobrenatural, diríamos, de su aparición. Leyenda que no es única, conozco al menos dos que tienen algún punto de coincidencia: el lugar donde se manifiesta, o casería de Jesús, aunque en la primera de ellas hay una variante menos difundida la cual dice que el lugar de la acción fue en un cortijillo que había próximo de la iglesia de la Merced. La casería de Jesús, cerca del puente de la Sierra, es una bella finca de olivar, cuyos dueños de entonces, dice la tradición, que vieron llegar una tarde a un hombre de edad con aspecto venerable, que al ver un grueso tronco de un árbol cortado que había a la entrada de la casa dijo:

-¡Qué hermoso Jesús se haría con él!

Y el recién llegado propuso que les llevaran el leño a una estancia apartada, y que pasado un día podrían contemplar el grueso tronco convertido en una imagen de Jesús Nazareno, siempre que le dejasen solo y no le interrumpiesen. Así se hizo y así transcurrió la noche y la mañana del siguiente día. Impacientes y curiosos, y no oyendo el menor rumor, el matrimonio y un mozo que tenían a su servicio, subieron hasta el desván, y al empujar la puerta que se hallaba entornada, encontraron la maravillosa imagen de Jesús Nazareno, hecha con toda perfección y primor. El viejo escultor había desaparecido y nunca volvió a saberse más de él.

La otra leyenda, menos conocida, pero no menos curiosa, es así como me la contaron:

En la cuadra de la referida casería de Jaén, cierta noche, una bestia que se hallaba asaz inquieta y revuelta, dio una coz en la pared que había frente a los pesebres, apareciendo entonces ante la vista del asombrado mulero, que había entrado con un candil a echarle un pienso a los animales, una habitación cuya existencia se ignoraba por los habitantes de la casa de campo y molino aceitero. Dentro de aquella estancia insospechada se encontró la maravillosa imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que estaba desnudo y sólo tenía puesto un sudario o paño de pureza. Junto a Jesús había una pequeña lámpara de plata que se conservó hasta 1936.

En ambas leyendas o tradiciones se dice que la portentosa imagen de Jesús Nazareno con la cruz a cuestas, fue trasladada al convento de Carmelitas Descalzos. Desde luego, en todos estos relatos hay un hecho cierto, y es que la casería de Jesús perteneció a los Carmelitas Descalzos, en cuya casa tenían un molino de aceite, con su prensa de viga y tinajas, conservándose todavía una puerta con el escudo de la orden tallado en su centro. Quizá era a veces residencia de los frailes que evangelizaban aquellos parajes y los de Puerto Alto.

Veamos ahora la realidad, en parte documentada, sobre el origen de la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno. En la primera edición de la Novena de Jesús, impresa en 1826, se dice que animados los carmelitas descalzos del espíritu de sus gloriosos fundadores "han profesado en todo tiempo singular devoción a Jesús Nazareno, engrandeciendo sus iglesias con excelentes imágenes de Jesús llevando sobre sus hombros la cruz. Este cuidado y empeño de los padres Carmelitas Descalzos, trascendental en todas sus fundaciones, lo tuvieron muy particular en la fundación del convento de Jaén, y a lo más pronto que les fue posible, colocaron en su iglesia una imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, hecha con todo primor del arte, costeada con las limosnas que los religiosos recolectaron, acompañados por varios labradores de la puerta de Granada. Lo cual consta de la información jurídica que los padres conservan en su archivo".

Esta breve noticia de la novena era el único dato que se poseía sobre el origen de la escultura, hasta que hace bastantes años yo encontré en el archivo de la catedral, la información jurídica a que se aludía y de la cual tomé varios datos sobre el particular.

En efecto siendo prior del Colegio y Convento de San José de Carmelitas Descalzos de Jaén, fray Juan de la Resurrección, presentó pedimento el día 16 de enero 1703 ante el señor don Juan de Quiroga y Velarde, provisor y Vicario General del Obispado, ofreciendo información de los prodigios y milagros obrados por tan sagrada efigie de Jesús, informe en el que declararon diecisiete testigos, los cuales, tras de exponer detalladamente los milagros por ellos conocidos, dijeron saber en sus respectivas declaraciones "que a la imagen de Jesús la habían hecho a sus expensas entre cuatro o seis labradores de la Puerta de Granada donde estaba sito el Convento de San José, con las limosnas que dieron, y otras que juntaron tres o cuatro religiosos Carmelitas con su diligencia y agencia, en cuyo Convento colocaron dicha imagen".

Con esto queda claro que la imagen se hizo existiendo el Convento de los Padres Carmelitas Descalzos, según esta información que merece todo crédito. En cuanto al autor de la efigie, aún se desconoce, aunque cualquier día pueden encontrarse documentos que esclarezcan el misterio. Es de suponer que aquellos labradores que la costearon la encargarían a algún escultor de Jaén, que en aquellos años había varios y entre ellos dos muy buenos:

Sebastián de Solís y Salvador de Cuéllar, éste último autor del Cristo de la Clemencia y de la Santa Lucía que hay en San Ildefonso, entre las obras documentadas. También eran excelentes los escultores Cristóbal Téllez y Blas de Figueredo, de cuya existencia se tiene constancia.

Atribuir a uno de ellos determinado la talla de Jesús Nazareno sería atrevido y dudoso. Primero, porque las atribuciones no suelen confirmarse la mayor parte de las veces. Y lo segundo, porque la imagen de Jesús, después de haberla pintado de nuevo totalmente el valenciano don José Bodría en 1903, dificulta su identificación, ya que más asemeja haber salido de un taller de finales del XIX que ser una escultura de los últimos años del siglo XVI.

Dicha restauración fue precisa por estar muy deteriorada la faz de Jesús, y temerse que se perdiera del todo. Pero en 1903 no existían los criterios de restauración actuales, y al pintarla con una técnica tan distinta a la original, varió mucho su expresión humilde y devota, y muchos de sus fieles quedaron entonces disgustados. No obstante, todos los que vivimos la hemos conocido tal como está y es imposible opinar sobre el acierto o desacierto del pintor valenciano.

La talla de Jesús Nazareno que es completa, de todo el cuerpo, desnudo y macerado por los golpes de abrojos y disciplinas, diríamos que es bastante clásica y tiene los ojos tallados y no de cristal como luego se ponían en el barroco exaltado. Se hizo pues para ser vestida, y por eso tiene los brazos articulados en los hombros y en los codos para ajustarlos a la cruz. Me atrevería a opinar que el pelo de talla no es abundante, para permitir la peluca que desde tiempo inmemorial se le pone.

III.- LA COFRADIA: LARGA HISTORIA Y GRAN DEVOCIÓN A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS

Se ha pensado que en principio, después de hacerse la imagen de N. P. Jesús no hubo cofradía. Y desde luego no pudo haberla con tal vocación, porque ya existía en la Catedral una Hermandad de Jesús Nazareno que no era de Semana Santa. Y sabido es que en la misma ciudad no podía haber más de una Cofradía con el mismo nombre. No obstante la cofradía se creó al tiempo de hacerse la imagen o poco después. El libro de actas de la que había en Mancha Real nos revela en Enero de 1595 que sus cofrades estimaron conveniente hacer "un pendón de tafetán morado de la forma que lo tiene la cofradía de la Bienaventurada Santa Elena de Jaén". He aquí la primera noticia que tenemos de la existencia de nuestra cofradía de Jesús Nazareno de Jaén y de su título original.

Este nombre de Cofradía de la Cruz de Santa Elena fue con el que se fundaron las de Granada, Baeza, Jaén, Mancha Real y otras, todas en Conventos de Carmelitas Descalzos. Pudo influir en ello la especial devoción pasionista de San Juan de la Cruz que, estando en el convento de Segovia, a finales del año 1588, cierto día que oraba ante una imagen de Jesús con la Cruz a Cuestas, díjole el Señor:

-"Juan, ¿qué quieres por los servicios que me has hecho?",

a lo que respondió el Santo:

-"Señor, padecer y ser menospreciado por Vos".

Sublime respuesta, en la que no cabe amor más desinteresado.

Por otra parte, el escoger este nombre o advocación se debió a que fue la emperatriz Santa Elena, la que encontró en Jerusalén la verdadera Cruz, "la Vera Cruz", en la cual expiró Jesucristo, y como estas cofradías encauzaban la penitencia llevando sus hermanos cruces al hombro durante la procesión de Semana Santa tomaron el título de la Cruz de Santa Elena. Lo que dio origen a que popularmente se les conociera por "Cofradía de las cruces" y, más tarde, de "los nazarenos", ya que sus penitentes llevaban túnicas moradas con una soga de esparto al cuello, que caía hasta los pies, y otra igual que les ceñía la cintura.

Por eso, en la Historia de Jaén, por Bartolomé Ximénez Patón, impresa en 1628, dice que en el Convento de los Descalzos de Jaén, "estaba la Cofradía de los nazarenos, de grande devoción".

Introdujeron por tanto estas Cofradías de Santa Elena, de las Cruces o de Los Nazarenos, una novedad con el color morado de las túnicas de Lienzo y en las penitencias: En lugar de las sangrientas procesiones de disciplinas en las que se azotaban sus hermanos, en las de Jesús Nazareno se llevaban cruces "de once cuartas de largo, y los brazos de dos varas", y la cara tapada con un capillo, a más de los pies descalzos. Pues siendo tan penitentes los carmelitas reformados, eran a la vez muy humildes y sencillos y no gustaban de ostentación, ni siquiera en dichas penitencias, sino que procuraban hacerlas del modo más natural posible. Aunque desconocemos si la cofradía de Jesús, con su nombre primitivo de la Cruz de Santa Elena tuvo Estatutos propios, deducimos por sus cultos y estilo de su procesión, que debió utilizar una copia de los de Baeza, igual que se hizo en la de Mancha Real.

Por otra parte, toda la documentación que conocemos sobre la cofradía de los nazarenos, reconoce que la imagen de Nuestro Padre Jesús jamás fue del Convento. Luego, desde un principio tuvo que haber una Cofradía propietaria de ella, pues no es lógico que perteneciese a aquellos cuatro o seis labradores de la Puerta de Granada que la costearon, aparte de las limosnas que recogieron los frailes Carmelitas.

El fervor que despertó la sagrada imagen desde que se expuso al culto en el convento de los Descalzos; los favores que por su intercesión recibían sus devotos, y el cuidado que se tuvo en la selección de cofrades, que debían ser hombres de buena vida, fama y costumbres, aparte de la acertada dirección que la hermandad recibió de sus religiosos, fueron las causas de que la Cofradía de la Cruz de Santa Elena tomase tal incremento, que logró ser una de las principales de la ciudad, destacando por su fervor y penitencia.

Fue muy peculiar de esta Hermandad, que se sostuviese exclusivamente de limosnas que se recogían sobre todo en el campo. Con limosnas se costeó la imagen de Jesús, y de limosnas que pedían sus cofrades o los frailes, se mantenía aún en 1704 la Cofradía desde su fundación, como se dice en el pleito que sostuvo ésta con el obispado entonces: "limosnas de trigo, cebada, seda, aceite, lino y maravedís que de orden del Gobernador y Mayordomó de dicha Cofradía salían a pedir diferentes demandantes así en la ciudad como en el campo de su término". Limosnas que las percibían y administraban el prior y religiosos del Convento, de tal forma que mediante ellas se pudieron "mantener muchos religiosos, y que sea dicho convento casa de estudios y hacer las obras que son notorias". Limosnas que a veces fueron en materiales de construcción, como cuando se hizo la capilla que se inició con el legado del capitán Poca Sangre.

Este buen entendimiento de la Cofradía de la Cruz de Sta. Elena con los Carmelitas Descalzos, se mantuvo durante los primeros veinticinco años de su existencia, saliendo sus procesiones del amanecer todos los viernes santos del convento de San José. Pero quizás, cuando los cofrades pretendieron legalizar ante el obispado la situación de la cofradía, chocaron con la rigurosa prohibición que se había impuesto la Orden Carmelita reformada, "pues por gravísimos motivos ha rehusado nuestra Religión Sagrada tener cofradías, ni aún la de la Virgen del Carmen que es tan propia de esta Religión, y así, no admite ninguna de nuevo y ha acortado las que ha podido y tenía", como explicó más tarde, el general de los carmelitas en una carta escrita en 1635 a la cofradía de Jesús. O puede que el motivo fuese un simple disgusto entre los hermanos y la comunidad del convento, cosa muy frecuente en todos los tiempos.

El caso es que "habiendo sacado de la iglesia de Carmelitas en procesión la sagrada imagen de Jesús, el viernes santo de 1617, las personas que asistieron, la dejaron en el convento de Nuestra Señora de la Merced", en lugar de restituirla al templo de los Descalzos "donde siempre había estado". Lo que confirma que la imagen no era propiedad del convento, sino de la Cofradía, cuando se permitieron sus hermanos disponer de ella, incluso llevándosela.

La cofradía se desligó, pues, de los carmelitas e incluso, estando ya en la Merced, abrió un libro de actas en 1617 que se cerró en 1677, libro de a folio, forrado en pergamino, que recogió sesenta años de la vida de la Cofradía de Jesús, y es el primero de ella del que hay memoria. Suponemos que fue entonces, desde 1617, cuando debió de dejarse de utilizar los estatutos de la Cruz de Santa Elena que le proporcionó la Orden Carmelita.

En tal libro constaba que la Cofradía de Jesús estuvo en el Convento de la Merced, así como sus sacras imágenes allí colocadas, desde el año 1617. Al referirse a "las imágenes" en plural, especificaba que eran "Jesús con la Cruz a cuestas, la Virgen Santísima su Madre y a San Juan Evangelista", que siguieron saliendo en procesión desde la Merced en la madrugada del Viernes Santo, hasta que, sin que sepamos los motivos, la Cofradía se reunió en cabildo el 28 de marzo de 1635 en la capilla de la Santa Vera Cruz del convento de San Francisco, y acordó por unanimidad mudarse y trasladar sus santas imágenes al convento de la Coronada, de padres Carmelitas Calzados. Comisionaron para entablar negociaciones con los religiosos de este convento a don Cristóbal Zerón de Almíndez, alférez de la Cofradía, lo que se llevó a cabo, reuniéndose nuevamente el cabildo el día primero de Abril del mismo año, pero esta vez ya en la Coronada, decidiéndose que saliese de esta iglesia la procesión de Jesús, como así lo hizo el Viernes Santo 9 de Abril de aquel año de 1635.

Poco tiempo estuvo la Cofradía de Jesús en la Coronada. Los cofrades y los carmelitas descalzos, todos deseaban volver a su primitiva sede, el convento de San José, y para ello habían escrito pidiendo licencia a fray Esteban de San José, General de la Orden de la Descalcez.

Así las cosas, el 3 de Junio de 1635, se juntó el cabildo general en la parroquia de San Lorenzo a fin de resolver el asiento y lugar definitivo donde se había de situar la Cofradía y sus imágenes. En esta reunión se dio lectura a la carta que el gobernador de la Hermandad había recibido "en la estafeta pasada", y en la cual el padre general de los descalzos, después de exponer las prevenciones ya referidas de su Orden acerca de las cofradías, decíales: "La carta tan religiosa y humilde de vuesas mercedes, su devoción y afecto y la instancia del padre Definidor de Andalucía, prior de Jaén, han sido tan poderosas para conmigo, que atropellando dificultades he venido en consolar a vuesas mercedes, dando lugar para que en ese nuestro Convento se les sirva como se hizo antiguamente; y así mando al Padre Prior y religiosos de él, acomoden las insignias como convenga y abracen a vuesas mercedes como hermanos y amigos antiguos y los sirvan con muy buena gracia". Fechaba la carta en Salamanca en 15 de Mayo de 1635.

Escuchada por el cabildo la licencia, se agradeció la merced y caridad con que su paternidad escribía, y aprobado por todos los cofrades el regreso a los Descalzos, se nombró una comisión para llevarla a cabo y agradecer a los padres de la Coronada el buen hospedaje que les habían dado, por haber tenido las imágenes, concediéndoles una limosna para la fábrica de su iglesia. La dicha comisión se entrevistó con el prior de los carmelitas descalzos fray Francisco de la Concepción, que dijo estaba presto a cumplir lo que le ordenaba el Padre General, y mandó abrir las puertas de su iglesia, por donde entraron las imágenes de la Cofradía de Jesús el Viernes, día 4 de Junio de 1635, "y luego el dicho prior abrazó a los cofrades, según como se le mandaba y ofreció hacer todo lo que por la carta se le mandaba".

Al año siguiente, la Cofradía estipuló un acuerdo con los frailes el 17 de febrero de 1636, en virtud del cual salió la procesión del convento de Carmelitas y se ajustaron en otros asuntos de interés para ambas partes.

Vuelto Jesús a los Descalzos, la cofradía cobró nuevas fuerzas, el culto a su venerada imagen se aumentó, extendiéndose a todas las clases sociales. A este auge del fervor popular parece que contribuyeron los milagros que por su sagrada imagen volvieron a obrarse a partir de su regreso a los Carmelitas, y que no se habían experimentado mientras estuvo en la Merced, porque el Señor no quiso manifestarse por el disgusto entre cofrades y frailes.

LA PROCESIÓN, SIEMPRE TAN EMOCIONANTE

Dentro de este tercer capítulo dedicado a la Cofradía, queremos hacer mención especial a la manera de como celebrábase la procesión de Jesús, en los primeros años de su existencia. Salía al amanecer del Viernes Santo, al principio sólo con la imagen del Nazareno, a la que luego se unieron las llamadas "de la Soledad" y la de San Juan Evangelista, que eran las que poseía en 1635 al volver a los Descalzos. Más tarde se añadió la de Santa Marcela o Mujer Verónica, y la de San Elías o la de San José que iban al frente del cortejo, representando bien al patrono de la Orden Carmelita o al titular del Convento.

En la Semana de Pasión se juntaba en cabildo la Cofradía para acordar la salida de la procesión. La hora de salida nos la dice un acta en la que se escribe "que siendo entre las cuatro o las cinco de la mañana, y habiendo entrado en la Iglesia de San José la Cofradía de Nuestro Padre Jesús a sacar la procesión de dicha imagen y demás insignias como acostumbran", se procedió a darle salida. Es decir que la hora de salida, siempre tan emocionante, fue en la madrugada nazarena y primaveral del Viernes Santo...

Estrellas del Viernes Santo tienen pálida su luz son como gotas de llanto por la muerte de Jesús.

Abrían marcha en la procesión el Alférez Mayor, cargo de máximo honor, llevando el pendón morado insignia de la Cofradía; la cruz de guía y los maceros. A continuación venia las filas de cofrades descalzos, vistiendo túnicas de lienzo morado, con una soga atada al cuello y otra a la cintura, la cara tapada con el capillo, portando cruces al hombro y guardando silencio. Cofrades guizqueros conducían las andas de San Elías y de la Verónica. Cofrades de luz, el gobernador y alcaldes con sus varas precedían a la imagen de Jesús, sin cirineo, y detrás la comunidad de Carmelitas y las escuadras de San Juan y de la Virgen, con su gallardete al frente, en andas negras y doradas con sus pirámides, acompañada por sus devotos. Llevaba la Virgen una corona imperial de plata con su sol o resplandor, un corazón con sus cuchillos, y una media luna a los pies, estos dos últimos atributos costeados por el ama de don Antonio Romero y un manto de felpa negro con guarnición de plata fina, que se hizo por disposición testamentaria de doña Leonarda de Lamas, sembrado de estrellas que donaron unos devotos.

Tras las imágenes de Jesús y de la Virgen iban sendos palios, símbolos de realeza, y previsión de aguaceros, portados por robustos mozos palieros que entendían de su manejo. Cerraba la procesión el clero de la parroquia.

Durante la procesión se representaba la ceremonia llamada de "el paso", ceremonia que aún se conserva en muchos pueblos y ciudades de España y que consistía en el encuentro de Jesús con su Madre en la calle de la Amargura.

A tal efecto, la imagen de la Virgen estaba articulada y tenía un "pasador de hierro con adelgas" para bajar y alzar el rostro, y en cuanto al movimiento de hombros y codos, "el tercio que le corresponde de brazo es de hierro -según declaraciones de Lucas Colmenero, maestro de carpintero- hecho de planchas con gonces abajo y arriba, precisos y necesarios para subir, bajar y abrir los brazos para abrazar a Nuestro Padre Jesús en dicho paso". En la cintura tenía otro pasador con su carrucha grande a fin de mover el medio cuerpo hacia arriba, por lo que este era todo hueco para que pasaran las cuerdas necesarias a los movimiento expresados; además, otro juego de carruchas conseguía que la Virgen avanzase por las andas lo suficiente para abrazar con facilidad a Jesús.

La ceremonia del "paso" que se hacía en las plazas públicas de esta ciudad, llamaba tanto la atención y requería tan especial cuidado, que hasta fue el origen de hacer la nueva Dolorosa en 1741 "por parecer que la antigua no estaba en su barniz, cara y manos con aquel ser que debía estar y requiere la contemplación del paso".

Pero a su vez, la nueva Dolorosa, que es la que se conserva hoy, fue la causa por la que dejó de representarse "el paso", pues hubo que quitarle los movimientos para que con ellos no se echase a perder la imagen que tanta admiración despertaba, y "que con tanto primor se construyó".

ITINERARIO, ENTRE LA DEVOCION DEL PUEBLO

En cuanto al itinerario, y salvo que a veces se variase un poco, se hacía subiendo los cantones a la Fuente Nueva, o plaza de la Merced, para seguir por la calle Maestra Alta. Pasaba la procesión bajo el arco de San Lorenzo, atravesaba la plaza de San Juan, y enfilaba el Corralaz para ir a desembocar en la plaza de la Magdalena. Se llevaba la imagen para que la viesen las monjas de Santa Úrsula, y la procesión volvió por la calle de Santo Domingo, plaza de las Ferrerías del Rey, Maestra Baja, (entrando Jesús en Santa Clara y en el convento de los Angeles para consolar a las religiosas) y tras cruzar la Audiencia, llegaba a la plaza de Santa María, y como esta plaza carecía de salida a la carrera de Jesús, se subía por la calle del Obispo, a la plaza del Conde, y saliendo por los cantones y la puerta de Granada, regresaba al Convento de los Descalzos.

Años más tarde, la procesión bajaba por la calle del Santo Cristo -hoy de las Campanas- atravesaba la Puerta de Santa María, que era la principal de Jaén, y por la plaza de San Francisco iba a la calle Ancha a visitar a las dominicas del convento de la Concepción que eran muy devotas de Jesús Nazareno.

 Estimo que lo esencial y más importante que deben conocer los cofrades de Nuestro Padre Jesús Nazareno, es el origen de su Hermandad, que siendo hoy la primera de Jaén por el número de afiliados y amor popular, es la única de Nuestra Semana Santa de la que se desconoce su fundación y originales estatutos.

Por tales motivos, he procurado contarles a ustedes lo que hasta hoy se sabe.

Sigamos pues estudiando e investigando en los archivos para aclarar cómo fueron sus comienzos, y si fuese posible, el autor de tan portentosa imagen. Cualquier día puede aparecer documentación que desvele el misterio. Pero mientras tanto, y como decía al principio, una niebla de poesía, de leyenda y de humildad, envuelve el amanecer de tan santa y antigua cofradía y de tan venerada imagen que, con la del Santo Rostro y la Virgen de la Capilla, completa las devociones más tradicionales y arraigadas en los hijos de Jaén.

Rafael ORTEGA Y SAGRISTA